Esto lo escribí hace un año para otro lugar
Por la erradicación de la soja transgénica del suelo argentino.
Ni los industriales del campo ni el gobierno: El Pueblo.
Como ciudadana, he llegado al límite de la tolerancia respecto de lo que los medios, y las supuestas partes problema, llaman el conflicto del campo. No es posible un día mas de información sin que se abra el problema de capitales en el que están los industriales agropecuarios y el gobierno nacional. En medio de la puja está el pueblo argentino, actor y público fundamental de esta parodia lamentable.
El campo, este grupo de industriales con actividad económica anclada en la tierra y el suelo de mi país, y de nuestro país, puja desde la primer devaluación por introducir las condiciones del mercado internacional en la Argentina. Desde hace años que reclaman una mayor devaluación de la moneda peso argentino, y sumado a esto una menor carga de impuestos con el argumento de ganar competitividad. Pensemos un instante en este punto.
La soja, este producto que invadió la argentina gracias al empuje que dio Felipe Solá siendo ministro de Menem en el año 96, está acaparando la tierra nacional desplazando a otros cultivos, por un lado, y arrasando con las poblaciones de campesinos reales, no de industriales del campo que es un modelo contrario, destructor, pero reversible.
La soja en sí, el producto, es un producto de exportación, lo cual nos plantea una pregunta como sociedad, a nosotros, es decir al pueblo argentino, y no a los industriales, que es a quienes el pueblo debe dirigir en función del beneficio del desarrollo nacional y no observar y acatar las intenciones del mercado internacional de quienes estos son portavoces. La soja, como producto de exportación, utiliza una porción gigante y desmedida del suelo argentino para luego irse y no formar parte de la alimentación de nuestra población. Pero con la soja no se va solo la soja, se van dos recursos fundamentales por los que el mundo está en este momento en el umbral de un conflicto irreversible: el agua, y el suelo. El agua, destinada como recurso al cultivo de un producto netamente de exportación, es un elemento vital e imprescindible para la población que pierde junto al maldito cultivo. Luego sigue la tierra, que como recurso potencial para la economía argentina tiene utilidad cero, es decir nuestra tierra mira crecer algo que se va a parar a otro lado. Y aquí otro de los aspectos de la cuestión central de este disfrazado conflicto, para que es esa maldita soja, el 80 % de la producción de soja es vendida a China para alimentar ganado intensivo en granjas donde cultivan vacas que no pastan sino que comen nuestra maldita planta. Entonces, ¿cual es el sentido de que se le den ventajas de producción a unos sujetos que buscan plantar algo en el suelo argentino solo porque por el momento es lo que mas se paga en un mercado basura? Como el mercado argentino (es decir el pueblo argentino, nosotros, todos nosotros) no consumimos soja para los industriales del campo, el mercado argentino está desfasado con las reglas que el mercado internacional juega en este momento donde el maldito transgénico se dispara cada vez más. Entonces los industriales del campo, ven mejor, ganar dinero en el mercado internacional, donde el porcentaje de ganancia es mayor, que vincularse al mercado-pueblo argentino. De hecho, en la pelea del año anterior, antes de enviar los productos al pueblo argentino, los productores, en una demostración de poder y de ignorancia absoluta e imperdonable, tomaron la decisión inaceptable, de tirar el alimento, de arrojar la leche a la tierra.
Por lo tanto en cuanto al aspecto de las ¨reglas¨ que dicen buscar los industriales del campo, está claro que lo que buscan es un vacío de reglas sobre el cual hacer lo que quieran y lo que les convenga en función de sacar la mayor cantidad de dinero posible en un mercado mundial de segunda donde hoy en día la soja vale.
Pero sobre esto quiero reparar en dos aspectos, uno de ellos es lo industrial, y aparejado a él los problemas económico-ambientales.
La industria es la desmedida de la producción. Es el aumento del excedente llevado al paroxismo, con la excusa de cubrir mayores necesidades. He tenido la oportunidad de ver a la cara, y en detalle, distintos procesos industriales, y lo que veo, durante veo sus máquinas desalmadas girar sin fin, es algo que no es necesario. En lo industrial, el hombre es quien da de comer a la máquina, es quien la alimenta de trabajo, en un ciclo, donde el hombre-trabajador no tiene excedente, y solo se garantiza, una relación con el mercado, donde se lo requiere en la mínima medida, que es, la de dar de comer a la máquina. El trabajo industrial es menos que básico. Solo algunos de los hombres, que tienen el privilegio de haber estudiado una carrera de las que sirven a la producción pueden garantizarse un mejor salario y con ello, solo después de un tiempo, cierta independencia. El trabajador, cuyo trabajo es siempre el mismo, siempre e irreversiblemente el mismo, es un eslabón dependiente del sistema industrial, que no le garantiza mas que un salario y la inseguridad de estar atado a las condiciones de la demanda del excedente bestial.
Los que se hacen llamar el campo, son industriales quienes solo quieren hacer dinero. Esto es algo básico de todo poderoso, que busca servirse del momento del mercado, formando parte de él, participando, y constituyéndolo. Indudablemente el mercado mundial es complejo, desleal, ventajoso, inseguro, pero también provechoso. Lo importante es tener poder de acción en él, y tener el producto apropiado en el momento justo. La soja es un producto efímero. Estoy seguro. No pueden pasar mas de diez años del nivel de aumento producción y destrucción de los espacios mas sagrados de esta tierra, antes de que los pueblos se levanten contra el desbalance económico que se está produciendo como resultado de este producto cuya existencia en cuanto tal, no es mas que un producto transgénico soportado por un herbicida monstruoso y que como cultivo no nos es imprescindible al pueblo argentino. Ese es otro de los aspectos centrales del problema del que tampoco veo información en los medios centrales. Por lo tanto, los industriales del campo, un sector de poderosos, quienes quieren adoptar un rol mediático lamentable, el de los campesinos, el de los hombres de la tierra, llevando a cabo una interpretación de personajes románticos luchadores incomprendidos y ultrajados por un gobierno de incompetentes, es una farsa insultante. Estas personas son industriales, quienes desprecian la tierra y solo buscan de ella rentabilidad a cualquier precio (la soja es cualquier precio). Cuyas tierras producen millones de toneladas de productos que tienen implicaciones directas en mi alimentación, en mi salud, en la de mi familia, y en la de un pueblo, olvidado, o borrado de la discusión de capitales y utilidades, de retenciones y aplicaciones que quieren plantear ellos, los actores del gobierno, y finalmente, los medios centrales.
Del otro lado del problema nos preside un vacío aun mas peligroso. Qué los industriales poderosos del campo quieran hacer dinero sin importarles la alimentación ni la salud del pueblo del que se sirven, y de la tierra que su soja (ya que no es la mía ni lo será nunca) destruye, es terriblemente posible, y es de hecho lo que sucede. Pero la contra cara del conflicto debería ser otra. El rol del estado es el de cuidar y garantizar el desarrollo de su pueblo. El de establecer una dinámica posible en el tiempo, que posibilite la vida de su pueblo, y su desarrollo. Ahora, ¿cuál es el desarrollo? Eso debería ser lo que se dispute. Debería ser el eje de las discusiones parlamentarias. Debería ser el motor de la democracia en el pueblo, día a día con mayor participación e incidencia en las decisiones centrales que delinean la forma de nuestra vida nacional. La soja taló un tercio de la selva amazónica en menos de diez años para exportar granos que son alimento de las vacas que se crían en campos de concentración bovinos en los estados unidos. Es decir, destrucción irracional de un recurso mundial regulador del oxigeno del mundo entero para alimentar vacas que serán comidas en un solo país del mundo, o por sus perros. Eso es la soja. Descontando los conflictos inmediatos de destrucción del modelo campesino y su posibilidad en la tierra, en beneficio de la concentración de riqueza.
Y cuando el rol de los empresarios industriales autollamados campesinos es claro: riqueza, a como de lugar, el del estado es mas complejo, sospechoso. A la soja no hay que aplicarle retenciones, hay que sencillamente prohibirla. Ya ha demostrado en el mundo que significa una esfuerzo brutal de la tierra y una derivación de recursos básicos para la existencia de los pueblos con un resultado monstruoso, produciendo mayor concentración de riqueza, menor alimentación y de peor calidad, deterioro de los suelos, contaminación transgénica, destrucción de la historia de la agricultura campesina, desvió de la utilización del agua, en pos de alimentar vacas de una manera indirecta, producción irracional en el mundo de alimento para mascotas, y utilización del suelo para productos sometidos a la especulación financiera internacional, y no para su uso prioritario que es la alimentación del pueblo.
El pueblo es prioridad. No hay discusión posible. Ese, es el rol del estado. Esa es la única premisa. Ese es el motor de una nación. Esa es la garantía, la justicia, la lucha constante contra la condiciones. Y sin embargo, el gobierno nacional, apuesta a la soja. Necesita la soja. Quiere la soja e impulsa a la soja en función de sostener la ausencia de su idea de estado. Su ignorancia respecto de quien es la Argentina y quien debe ser, y quien debe ser en relación al mundo en el que nos toca actuar. La payasada de que somos una democracia joven y que el tiempo nos enseñará a decidir se topa con que las democracias de donde surge la nuestra (economía europea, llamémosla por su nombre) son mas antiguas y son las que dieron forma absoluta a la economía mundial en la que hay que actuar con protagonismo. No hay mas tiempo para falsos problemas. No hay ninguna duda que los industriales argentinos provienen de la primera distribución de la falsa independencia que organizó la primera línea de terratenientes. Tampoco hay duda que este gobierno no tiene ideas de fondo. Y que trata de zafar de los problemas utilizando literalmente formulas patéticas. Como cuando se planteo el conflicto sobre el dinero de las retenciones entre los sojeros y el gobierno, la presidenta en un error histórico organiza un acto recolectando gente de las villas y los barrios carenciados llenando una plaza lamentable, afianzando a la política mas vil y servicial, apuntalando a la pobreza al servicio de la militancia política falsificada, construyendo el acto político que hubiera soñado tener, pero comprado, guionado.
La dificultad resultante de la falta de competencia del estado para profundizar en el conflicto y atacar el problema estructural, tiene un resultado negativo sobre la imagen del rol del estado y su intervención en la economía. El Estado tiene la obligación y no el derecho de intervenir en la economía todo lo necesario y más, en función de garantizar una dirección únicamente beneficiosa para el pueblo y su devenir. El que discuta esto directamente debería estar en la cárcel. El problema es que cuando un grupo sin competencia ni aptitudes desgasta conceptos de intervención, los antagonistas del conflicto, a quienes se suman y potencian los medios de prensa involucrados económicamente, se sirven de la falta de resultados del gobierno (a lo que el gobierno suma una buena dosis de estupideces) para desacreditar el rol intervencionista del estado, para demostrar que el mejor camino es el liberalismo, y las reglas del mercado libre supuestamente libre de reglas. Aprovechan para construir demonios comunistas. El problema estonces es la devaluación del rol fundamental del estado. No perdamos el foco sobre esto. El estado debe ir mas lejos que las retenciones en materia industrial, sea agropecuaria o minera, con el precepto fundamental de impulsar lo autosustentable, protegiendo los recursos de la nación antes que a cualquier empresario obnubilado por el dinero, pero el principal recurso de una nación es su pueblo y su territorio, y ellos son sus recursos.
El gobierno solo tiene razón en llamar a estos empresarios industriales agropecuarios como especuladores, pero no tiene ninguna política agropecuaria real que busque poner un freno a la concentración desmesurada de un cultivo endemoniado que está destruyendo nuestro planeta, a la verdadera herencia agrícola, al desarrollo de la economía y a la salud de los habitantes. Los industriales del campo tienen razón en un punto: hace falta una política agropecuaria, pero esta política es la que debe conducir a la agricultura al sustento y a la actividad económica de una porción cada vez mayor de la población, a garantizar la alimentación de la nación como primera medida y máxima fundamental del devenir de dicha actividad, a proteger al suelo, y al agua de nuestro territorio y a no dejar nuestros recursos fundamentales en manos de una pandilla de ignorantes arrendadores lamentables que plantan basura, la venden en el mercado exterior, aumentan nuestros precios internos, limitan la cantidad de productos agrícolas, llevan a cero los productos orgánicos, plantan transgénicos sin una discusión a nivel nacional seria, con información de científicos independientes y rigurosos en la materia (como los que prohibieron en Europa todos y cada uno de los productos que se plantan en Argentina); que permita decidir al pueblo argentino qué es lo que este permite o no permite cultivar en su suelo; que garantice que el agua destinada al riego sea, como prioridad, destinada a la alimentación argentina; y de manera urgente, difundir la información existente, seria e independiente (no la de los intereses de las dos bandas que se disputan el efectivo de la maldita soja) que demuestren la falta de seguridad ambiental que producen los productos transgénicos y los glifosatos que los acompañan. Y como última medida propongo a nivel de los consumidores el voto inmediato de una ley que diferencie en las verdulerías, o en las góndolas (para quienes tengan la desgracia de comprar vegetales en supermercados grandes), cajones verdes para los productos no transgénicos y cajones del color que les guste para los transgénicos, y de este modo, que el pueblo argentino (esa masa muteada por los medios) que es quien debe resolver este problema entre bandos (o bandas) pueda empezar a defenderse, de la arbitraria ignorancia, del abuso sobre las normas sanitarias nacionales, y finalmente, del insultante espectáculo, que representan los industriales, este gobierno de incompetentes, y los medios con intereses en la misma fiesta sojera que no se detiene en su destrucción masiva.
Ya que en definitiva, el cultivo que no nos sirve como alimento, el gobierno nos los quiere hacer útil como capital inyectado como muleta de su incompetencia.
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Hoy dudo de la existencia de un pueblo. No pienso que eso exista. Lo siento mucho.
Discrepo con la política chabón de la patotas que son terrosismo, y con el cualquierismo mediatico.
De fondo, este país, está en ruinas, la economía vive sostenida de este recurso venenoso que compra
los dolares, para que el supuesto pueblo no caiga en la miseria inmediata de un eventual corrida,
y mientras tanto, se cultiva cancer con la contaminación de todas las napas del 90% del suelo cultivable.
Cuidao: la fruta prodrida ya no se vende y se compra, se regala.
Saludos
Vera
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