miércoles, 3 de noviembre de 2010

Breve apunte sobre Néstor, el símbolo

Por Marcos Marcel

02.11.2010

Hace siete días tengo pesadillas. Hace siete días me agarran ataques de pánico sin ningún motivo aparente. Hace siete días se murió Néstor.

Y le digo Néstor, porque lo sentía más cercano que a muchos aunque nunca lo conocí. Me propongo hablar de lo que su muerte genera, más allá del dolor de la pérdida, que es enorme. Para hablar de él y su legado hay otros poetas más capacitados. Por haber compartido momentos o por poseer mayor talento que yo.

¿Cómo afrontar la muerte de un héroe? ¿Cómo encarar la desaparición física de un símbolo? ¿Y ahora quién podrá defendernos, cuando se ha ido el estandarte de todos aquellos que bregamos (sinceramente o de la boca para afuera) por una Patria nacional y popular, justa, libre y soberana?

Personalmente, no comparto esa óptica que alaba al dolor. “Esto nos sirve para darnos cuenta que...”

Esa visión heredada del catolicismo (y aún puede decirse del marxismo) de que “es necesario caer al fondo para levantarse”, que considera a las personas como piezas de ajedrez en un tablero cósmico, me da náuseas. Por lo brutal, por lo mecánico. Por lo inhumano.

Néstor está muerto. El revisionismo puro y duro, elogioso o crítico, como única respuesta a qué hacer ahora, no nos sirve de nada. Excepto para regodearnos en la pena.

Un amigo me decía el viernes, con la voz tomada: “No lo puedo creer. Nada de lo que pasa. Se murió mi héroe. Se llenó la plaza de Mayo durante dos días. La 9 de Julio repleta en un día de lluvia, todos tirándose para tocar el cajón. No sé. Son muchas cosas en la cabeza para vivirlas en tan poco tiempo”

Tal vez, justamente ahí está el asunto: “Son muchas cosas”. Sin embargo, algo en limpio se puede sacar de lo que pasó en la última semana.

Según cuenta Horacio Verbitsky en el Página12 del domingo , en la ceremonia de entierro en una capilla de Río Gallegos se leyó un pasaje del Evangelio según San Mateo en donde Jesús habla con sus apóstoles del Reino de los Cielos, diciéndoles que serán los primeros en entrar porque “tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; preso, y me vinieron a ver”. Ante la sorpresa de los discípulos -“Señor, nosotros nunca hicimos tales cosas”-, dice San Mateo que “el Rey les responderá: cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.

Quien se entrega a los demás, resucita en ellos. Y eso pudo sentirse el jueves y el viernes en Plaza de Mayo.

Todavía hoy se siente en la calle: la energía colectiva, el sentirse fundido en las demás personas, en la señora de Santiago del Estero que lloraba al lado del cajón, en los compañeros de la JP pidiendo la renuncia de Cobos (aunque no creo que me lea, le pido Señor Vicepresidente que haga honor a las instituciones que usted dice defender y dimita a su cargo conseguido legitimamente y deshonrado en la práctica). En el matrimonio de Burzaco que con su hija escribían en un afiche “Gracias Néstor”, en los muchachos de la CGT que tocaban el bombo sin parar.
Néstor Kirchner resucitó en el pueblo. Lo digo con orgullo militante.

Toda pérdida debe elaborarse para poder ser superada. Hay que derribar el mito de la política instantánea. Escapar de la vertiginosa vía que nos proponen los funcionarios floggers, adictos al Twitter; del berretismo periodístico de muchos intelectuales. Debemos evitar exorcizar procesos complejos por el simple hecho de lograr un reconocimiento que a fin de cuentas no es más que una masturbación (económica, política, académica).

Es posible seguir adelante. Cristina tiene más ovarios que muchos huevones. Los trabajadores están decididos a no seguir pagando las pizzas con champagne con su esfuerzo.

No voy a mentir. Tal vez por un excesivo temor a ser ingenuo, no soy optimista. No tenemos enfrente a unos nenes de pecho, aunque quieran mostrarse como tales (ese, a grosso modo, sea el problema inmediato a enfrentar: los políticos que han reducido sus ambiciones de poder a una cuestión de imagen). Los tiriteros que mueven las cuerdas de ese conglomerado amorfo que es “La Oposición” no resignaran todo lo que han acumulado así porque sí.

Néstor se autodefinía como heredero de la juventud militante de los 70s. Su muerte, si ha de significar algo más que dolor, es también un traspaso de mando. Un llamado a nosotros, los jóvenes, la generación del nuevo Milenio que creció con Menem y maduró con el mejor presidente de los últimos 40 años.

A salir a la calle. A ocuparse, más que preocuparse.

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